Ante un SAME ausente en las villas, La Poderosa pone en marcha otra cooperativa en Zavaleta, conformada por un grupo de jóvenes del barrio, que está aprendiendo a manejar, mientras se capacita en primeros auxilios. Ya se consiguieron tres autos, que pasan por las tiras menos angostas, y hasta Di Palma se probó el ambo. Pero no vayas a creer, Mauricio, que así salvamos la ausencia del Estado: sólo nos estamos salvando a nosotros mismos, para gritarte más fuerte: ¡Devolvé nuestras ambulancias, rata!
El marco para que Marquitos aprendiera a manejar, con sólo ocho años, había sido una familia de pilotos y un pueblo fierrero, Arrecifes, más chico que la villa 31 y más grande que la Rodrigo Bueno. Y anduvo bien. Pero ahora, el Marcos de la visita a Zavaleta, se choca de frente con un Gobierno porteño que no disimula su desprecio por los vecinos de las villas, organizados y combativos frente a la mala conducción y la mala salud de la ciudad. Terrible marco, para el terrible Marcos, en una plaza revolucionada por su visita y por la necesidad imperiosa de reaccionar colectivamente, frente a una discriminación que, literalmente, nos está matando.
Sin apuro, aunque suela ir rápido, Marcos Di Palma escuchó la iniciativa de La Poderosa y no sólo se acercó para apoyar a la nueva cooperativa de ambulancieros villeros, sino que además se estacionó para las fotos. Pisó el freno en nuestra redacción, aceleró frente a Macri y no volanteó ante los autógrafos.
-¿Cuál fue el palo más grande que te diste, Marquitos?
-Fue el 8 de abril del 2000, en Olavarría. Salí en la última curva de la recta principal, en la vuelta de clasificación, se me salió la rueda y pegué nueve tumbos, a 170 kilómetros por hora.
-¿Y la ambulancia te fue a buscar?
-Caí justito al lado, así que no tuvo que ir. Pero claro, la ambulancia te tiene que buscar siempre.
Claro, tendría que llegar “siempre”, pero en la Ciudad de Buenos Aires, esa obligación del Estado, no parece obligación en las villas, donde los vecinos caprichosos que se empecinan en seguir enfermándose o muriéndose, por los palos, por el asma o por cualquier emergencia médica, no corremos, no contamos. “Por la inseguridad, los ambulancieros no entran más al barrio”, aseguró hace un tiempo ya, Alberto Crescenti, titular del SAME, como si fuera responsable de una empresa y no del derecho a la vida de todos nosotros. Escudado en la inseguridad que alimentan y promocionan sus propios medios de comunicación, Macri no sólo avaló a Crescenti, sino que además desoyó a la propuesta del padre Pepe: “Si los ambulancieros tienen miedo, capaciten gente del barrio y denle trabajo”. Ya estaba la idea, pero la voluntad política no estuvo, ni estará. Y entonces, una vez más, la asamblea poderosa tomó las riendas, no para emparchar el abandono de miles de personas por parte del Jefe de Gobierno, sino para garantizar nuestra propia salud y poder denunciar más fuerte la inoperancia, o la operatoria, de su gestión.
Hace algunos meses una nena de 12 años tuvo que ser asistida por sus maestros de la Villa 21-24, tras sufrir un ataque de asma severo, y los docentes le salvaron la vida cuando la trasladaron por sus medios al Hospital Pena, violando las normas institucionales, primero violadas por el gobierno porteño, al negarle al barrio las ambulancias que son del barrio. Aquel caso tuvo cierta repercusión mediática, pero episodios similares suceden a diario y son recibidos con naturalidad, por los medios masivos y un sector de la sociedad. No por nosotros, que nos seguimos muriendo.
“Problemas de seguridad puede haber en una villa o en Palermo, pero las ambulancias tienen que ir a socorrer a cualquier tipo que tenga un problema de salud. Si no lo hacen, es culpa de Macri y habría que tomar medidas”, afirma Marquitos. Y a la espera de alguna respuesta, La Poderosa trabaja en la gestación de la cooperativa “Ambulancieros Poderosos”, sustentada por las mismas asambleas que dirigen esta revista.
Tendrán que correr en su nueva tarea los primeros vecinos capacitados en Zavaleta. Y Marcos, que sabe mucho de pisar el acelerador, aconsejo ante todo pisar el freno: “Es importante que tengan respeto y responsabilidad. Lo digo yo que cometí mil errores, pero que sigo aprendiendo todos los días. Y aunque nunca manejé una ambulancia, sí hice de ambulanciero en muchas oportunidades, porque yo veo un choque y paro. Un chofer de ambulancia debe ser rápido, pero también prudente. Ir con cuidado y arriesgarse a meterse en todos lados, una mezcla difícil, que requiere de mucha preparación y buenos reflejos”.
Marquitos ama su auto, pero también lo crítica. Va entonces, la autocrítica: “Hoy me doy cuenta de que un auto en exceso de velocidad es un arma mortal. Y eso hay que saberlo desde chico. Aún hoy, yo, a mis 38 años, intento cada día ser mejor conductor”.
No son autopistas ni autódromos las calles de nuestros barrios, que a veces presentan superficie de rally, con tierra, barro, obstáculos, charcos y montañas de piedras. “Los autos tienen el apoyo de las gomas –explica el piloto-, y donde hay escombros, el talón de la goma, que es lo más débil para que amortigüe, se rompe”. La única opción, por ahora, es ir despacio, mientras esperamos la solución que exige Marquitos: “El Gobierno debe pavimentar las calles y hacerse presente. Si no, es muy difícil”.
El equipo es fundamental. ¿El auto? Sí, pero Marcos se refiere al trabajo en equipo, para correr profesionalmente y para las tareas comunitarias. “Al piloto le cuesta entenderlo pero el automovilismo es un deporte que se hace entre muchos, desde la logística en el taller, el traslado y la previa, hasta la competencia en sí y el regreso a casa. Más cabezas piensan más ideas, como hacen ustedes acá”.
Además de conocer a los ambulancieros, Marquitos conoció en Zavaleta al reportero local, Kiki, que lo sorprendió con una gran muestra de profesionalismo: “¿Marcos, que sentiste en el 96, cuando venías tercero y derrapaste en una curva, pero te recuperaste y al minuto llegaste primero?”. Al Loco, le costó arrancar después de semejante pregunta del cronista de 10 años, pero enseguida recordó que él empezó a los ocho y que el conocimiento no tiene límite de edad: “Entre 42 corredores, es muy difícil salir primero. No es como en el fútbol, que gana uno de dos, pero esa vez tuve un culo gigante”.
Hace mucho que Marquitos no se sube a un podio, pero conquista a sus seguidores con su personalidad. Y demuestra así que el resultado no es lo único que cuenta: “Lo importante, más allá de ganar, es hacer lo que a uno le gusta, vivirlo con pasión y sentir que dejaste todo, arriba de una pista o en el lugar donde se juegue cada uno”. Así será, Marcos. Redactores, fotógrafos, ilustradores y ambulancieros, dejaremos todo en esta carrera, para que la salud sea pública, pero pública de verdad.
Tomado de http://lapoderosa.org.ar
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